Por: Mtra. Nury M. Suemy Moguel Núñez.
Evidentemente, para quienes amamos el deporte y la actividad física, uno de los anhelos que tenemos es que nuestros hijos se desarrollen en una cultura donde se valora la actividad y la salud. Es por ello que algunos padres de familia dedican especial atención al proceso de inserción de su hijo en alguna actividad física o deporte.
En algunos casos, es el mismo niño quien muestra tempranamente el interés por alguna actividad en particular e insiste en ser inscrito al equipo, club o clase de preferencia; en otros, son los padres quienes incentivan la selección a través de la estimulación y visitas a los centros deportivos a fin que el niño observe las opciones disponibles en la localidad y elija aquella que le resulte más atractiva. Para esos momentos ambos han considerado ya la posibilidad de incluir alguna actividad extra escolar en la rutina diaria del niño o jovencito y se sienten cómodos con la idea.
Una vez que el niño o joven ingresa en la actividad comienzan ambos a darse cuenta de otros elementos que tal vez no habían considerado en un principio, tales como los tiempos de dedicación que ambos tendrán que disponer de ahora en adelante, los gastos que se derivan de la práctica de esta actividad (tales como ropa o trajes, implementos, viajes, transportación diaria, etc.) y las tensiones que ambos tendrán que afrontar a medida que el niño va mostrando su potencial y participando en experiencias que generan tensión y estrés.
Sin importar si se trata de una presentación de ballet en un teatro o una competencia de natación con decenas de personas gritando de la emoción, el hecho de estar expuesto a la observación y calificación de otras personas genera ciertas tensiones en el niño, que pueden expresarse a través de molestias físicas (dolores de cabeza o estómago, nauseas, sudoración excesiva o ganas recurrentes de orinar) o expresiones conductuales como enojo o llanto.
Para los padres resulta preocupante y a veces angustiante no saber cómo responder ante estas situaciones, por lo que una de las preguntas más frecuentes que me hacen los padres de familia es ¿Cómo pueden apoyar a su hijo? Responder a esta pregunta es un poco difícil pues cada niño es diferente, posee diferente temperamento, así como formas específicas de ser y pensar. Sin embargo, existen algunas recomendaciones que todos los padres de familia pueden emplear como guías para sentirse tranquilos de estar haciendo lo mejor de su parte:
1. Brindar autonomía y libertad al niño.
Brindar autonomía significa permitir al niño la oportunidad de tomar sus propias decisiones y acciones en las cuestiones que le sea posible hacerlo según la edad. Cuestiones como elegir el deporte o actividad de su preferencia, elegir sus propias metas al respecto y decidir hasta cuándo continuar en ello son elementos importantes para que el niño pueda desenvolverse naturalmente y de forma agradable. En la medida en la que sea presionado o se le impongan objetivos con los cuales no se identifica, las tensiones subirán y generarán frustraciones innecesarias.
Igualmente es importante que los padres permitan al niño ir tomando la responsabilidad en sus manos por sus propias decisiones, de manera vaya madurando en el proceso. Ello implica involucrarse solo lo necesario en cuestiones como ayudarle a preparar su material deportivo o empacar su maleta de todos los días, permitirle resolver y negociar por sí mismo los conflictos con otros compañeros que sean por cuestiones triviales o cotidianas y mantenerse informado de las fechas de competencias y exigencias de ellas. Recordemos que la actividad es de interés del niño y debe ser él quien tome las responsabilidades al respecto.
2. Ser un buen ejemplo.
Esperar que el niño se mantenga relajado y disfrutando de la competencia cuando los propios padres se muestran angustiados al respecto es poco razonable. Tome en cuenta que los niños aprenden de lo que mostramos los adultos, más que de lo que les decimos o de las instrucciones que les damos. Por ello debe ser usted mismo ejemplo de autocontrol emocional, de buena educación, de juego limpio y de tolerancia a la frustración si espera que el niño aprenda estas destrezas como parte de su desarrollo en la actividad.
3. Aceptar y amar incondicionalmente.
Aunque pueda parecer extraño, a muchos niños y jóvenes no les gusta que sus padres se presenten a los eventos de exhibición o competencia y esto es principalmente debido al hecho de que se sienten juzgados en el proceso, más por sus propios padres que por los jueces o árbitros. Ningún niño desea decepcionar a sus padres, eso es un hecho, todos hacen su máximo esfuerzo esperando voltear hacia las gradas y observar a sus padres de pies romper en aplausos y gritar “¡Ese es mi hijo!”. Pero sucede que, cuando los niños no consiguen el éxito esperando, algunos padres no tienen reparo en demostrar su frustración o, peor aún, en reclamar a los niños por haber fallado en su intento. Incluso en algunas ocasiones he tenido que observar con pesar cómo madres o padres de familia amenazan con retirar al niño del deporte bajo el supuesto de que “si vas a perder, para qué continuas”.
Es importante dejar claro que, sin importar cuánto lo intenten, no todos los niños pueden ganar, solo uno de ellos podrá ser el primer lugar, así es el mundo competitivo. En esos momentos el niño también está sufriendo, tal vez incluso llorando, y necesita de nosotros a un padre, un amigo que lo apoye, lo cobije y le brinde la certeza de que es valioso y amado, sin importar lo que suceda. Solo así puede construirse la autoestima necesaria para seguir persistiendo en la vida y en la adversidad.
Pero más aún, el hecho de que un niño no se vuelva jamás en la vida campeón, éso no significa que su vida haya pasado en vano por el camino del deporte. En ese recorrido un niño gana experiencias, amigos, salud, condición física, carácter y muchas otras ganancias que no obtendría si pasara el resto de la tarde recostado en el sofá mirando la televisión. Desde ahí, el niño ya es un ganador.
4. Reforzar, no premiar.
Es común que algunos padres (abuelitos, primos, hermanos, etc.) en un intento por motivar decidan dar alguna recompensa al niño cuando éste obtiene un logro en su actividad. El problema de estas recompensas radica en que desvían la motivación natural del niño, que en sus inicios es de naturaleza intrínseca y lo orientan en las ganancias secundarias o extrínsecas. Desafortunadamente esta tendencia solo termina por mermar la motivación natural.
En lugar de ello recomiendo reforzar a los niños por los esfuerzos conductuales y sacrificios que hacen en el camino, tales como asistir a todos los entrenamientos, ser puntuales y cumplir con las indicaciones del entrenador. Es importante dejar claro que al hablar de “reforzar” no quiero decir que le compren o den algo al niño, no, de ninguna manera. Reforzar significa elogiar, reconocer, valorar; significa permitirle al niño saber que lo respetamos por los sacrificios que hace que nos sentimos orgullosos por ello.
Si bien, estos cuatro consejos parecen sencillos, pueden ser difíciles de aplicar en la vida cotidiana., pero con un poco de amor y comunicación de ambas partes, seguramente podrá ser el padre que su hijo necesita en el camino de esta actividad.